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jueves, 6 de enero de 2011

El 5 de enero

5 de enero. Millones de niños corren la suerte de levantarse y vivir un nuevo día. Un día que desde su inicio impone el nerviosismo en todas las pequeñas criaturitas que ansían la llegada de la tarde para comenzar uno de los momentos más alucinantes de sus cortas vidas.
Ya han comido y se han lavado los dientes. Empiezan a reprender a sus padres para que terminen su comida y poder dirigirse hacia la Cabalgata, donde les aguardan una experiencia que podrán recordar con una inocente sonrisa.
Llega la hora, los padres buscan los abrigos a la vez que intentan detener a sus pequeños de su salida en picado hacia la calle. Ahora sí, ya los niños sienten el frío viento en el trozo de la cara que la bufanda no consigue tapar. Ya de lejos oyen el murmullo del resto del pueblo, ya se acerca el momento, va a dar comienzo la Cabalgata de los Reyes Magos, impuntual como todos los años, pero, ¿y eso qué más da? Ya están saboreándolo.
Se ve a lo lejos una carroza, detrás otra y otras más detrás. Un aluvión de caramelos impacta contra el suelo y todos los niños, y los no tan niños, se agachan para recogerlos. Aun no han guardado los que tienen en la mano cuando han caído más caramelos todavía. La sensación es increíble, la felicidad se trasparenta en sus caras. Los bolsillos están llenos y las lenguas se van haciendo al dulzor de la merienda de hoy. Ahí vienen Sus Majestades de Oriente, esbozando una sonrisa que responde a las de sus cientos de aclamadores, tirando más caramelos, pelotas, regalos varios y sobres que pueden esconder un premio canjeable tras la cabalgata. Este es el momento en el que los padres tienen que involucrase en el bullicio para conseguir algún detalles para sus hijos.
La tarde trascurre siguiendo el recorrido de las carrozas por todo el pueblo con el acompañamiento de villancicos, cohetes y aire de fiesta, aspirando a conseguir más caramelos, más juguetes, más todo.
Las carrozas se están recogiendo y no queda mucho más por ver allí. Durante el camino de vuelta a casa los chiquitines hacen recuento de caramelos y relatan a sus padres sus batallas épicas por conseguir una pistolita o un collar de princesa.
Por fin en casa de nuevo, piensan agotados los padres. Los niños, cuyos estómagos le piden algo solido, se sientan a la mesa para una cena que culmina con el roscón de reyes, en el que esperan no encontrarse con la haba y poder dar con el muñeco para coronarse reyes y reinas de su fabuloso mundo.
Tras una comida que no ha conseguido tranquilizarlos se van a la cama con más ganas que nunca. Preparan sus despertadores para despertarse de un salto a esa hora a la que sus padres tienen que sacarlos de la cama con esfuerzo un día de colegio, pero claro, la mañana siguiente sería más especial aun que el día de hoy. Ya han cerrado muchos los ojos, los más nerviosos no son capaces aunque ya se están haciendo los dormidos por si vienen los Reyes para que no lo pillen despierto y no se lleven sus juguetes.
Ahora ya sí, ya no queda ni uno despierto. Este es el momento para que Sus Majestades actúen, hagan iluminar radiantes sonrisas dentro de pocas horas, guardéis el secreto, la más tierna mentira, necesaria, inquebrantable, que permite hacer de esta, una noche mágica.

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